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  • Writer's pictureAna de Andrés

CON DULZURA Y SENTIDO COMÚN


...No trabajamos para hacer bascular el mundo, sino para cambiarlo con dulzura y sentido común¨. En su libro, “Hombres Buenos”, Arturo Pérez-Reverte pone estas palabras en boca de D´Alembert, principal editor, junto a Diderot, de “L'Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers”, la famosa Enciclopedia Francesa, editada entre los años 1751 y 1772. El libro y los protagonistas, dos “hombres buenos”, son una delicia, y el argumento, en su esencia, perfecto para los tiempos que vivimos: la lucha entre los que quieren cambiar el mundo para mejorarlo para muchos y los que prefieren mantener su posición de superioridad y abogan por un mundo mejor… pero solo para ellos.  Actual es también la pregunta sobre si es posible que ese cambio se realice con dulzura y sentido común o si va a ser necesario, como lo fue en su momento -y a pesar de las buenas intenciones de D´Alembert y sus colegas que esperaban que la razón sustituyera a la fuerza- una revolución para lograrlo. 

La misma pregunta cabría hacerse en estos momentos sobre Europa y sobre España.  ¿Tenemos bastante dulzura y sentido común para lograr los necesarios cambios o vamos a necesitar una revolución para que el futuro sea mejor para todos y no solo para unos cuantos?  Venimos escuchando últimamente que ya hemos salido de la crisis, pero hasta nuestros políticos más pertinaces admiten que “algunos no lo sienten así”, y atribuyen los “cambios” que nos han traído las elecciones a ese descontento, al sentir de esas personas que no terminan de recibir el mensaje de que ya no es momento hablar de crisis porque estamos “en un entorno de recuperación económica”.  Ojalá tengan razón.  Ojalá sea así, pero con todos y para todos.  Ojalá reinen la dulzura y el sentido común en el poco lucido debate político, y ojalá las nuevas voces que llegan a ese debate traigan cambios sin revoluciones y, como dice un amigo sabio, “egos peluqueados”, y ojalá entre todos les hagamos recordar que el servicio público es eso, un servicio, y que el ciudadano debe estar por encima de todo y no al revés… y así tal vez superemos esta fase, tan humana pero no por ello menos criticable, de pequeñez y mezquindad, de conflictos egoístas por el poder que nada tienen que ver con la situación del país o de las personas, para pasar a dedicarnos a lo importante, que es salir entre todos del hoyo en el que nos hemos (o nos han) metido y en el que por momentos da la sensación de que cada vez nos hundimos más.


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